El renacimiento del mito [1921]

Infancia

Los hombres están viviendo momentos difíciles y presagiosos. Los tiempos son de lucha y de riesgo, y un hálito de tragedia estremece la conciencia contemporánea. Son síntomas premonitorios de uno de esos alumbramientos que dilatan el horizonte de la humanidad, señalándole una nueva etapa a recorrer en el sentido de la perfección inalcanzable.

El humano espíritu atraviesa por un trance de religiosidad —tomamos esta palabra en su más puro contenido—, y destruyendo dogmas, muertas cristalizaciones, habla el lenguaje de la creación y se complace presintiendo la infancia gloriosa de las ideas no concebidas. Espoleado por la inquietud de las nuevas formas, ilumina el escenario de la Historia, afirmándose en un soberano esfuerzo de liberación.


El esfuerzo


Podrá la lucha escéptica proyectar su sombra glacial sobre esta gran esperanza de la humanidad. Escuchando a esta duda, por cierto legítima desde que es hija del espíritu crítico, podremos preguntarnos si este nuevo afán no será al fin de cuentas un nuevo dolor; si este nuevo ensayo de vida a que nos encaminamos no implicará un nuevo error. Al interrogarnos así, atendemos tan sólo a los resultados, sin reparar en el esfuerzo que nos conduce a ellos, y que quizás lo sea todo. Pensemos, pues, yendo más allá de los resultados, es decir, pensemos poéticamente y digamos con Goethe: “El hombre yerra mientras camina”. El camino es la vida, el error será una capa del humus del pasado insondable en que el espíritu hunde sus raíces en tanto brinda al porvenir sus nuevas floraciones; y en cuanto al presente es y será siempre el puente que la eterna esperanza tiende a los ideales y a los sueños con que el hombre va forzando su vida mientras camina protegido por el denso misterio.


Expectativa


Hemos escuchado a la duda para superarla. En cada hombre, consciente de su humanidad, asistimos a la integración del espíritu crítico por la fe en la acción. El Espíritu y la Historia se identifican; es el signo del nuevo humanismo que adviene y que superará al del Renacimiento, por su contenido ético y por la integración de valores que traerá consigo. Escuchemos, entonces, a nuestra esperanza de hombres libres. Arrojemos una mirada retrospectiva sobre el laborioso proceso del espíritu filosófico a través de las centurias. Reparando en las etapas culminantes, que implican un avance, comprobaremos la realización progresiva de la idea de libertad, las paulatinas conquistas del ideal de justicia. Al llevar ahora nuestra mirada al escenario del presente promisor, nuestro espíritu se siente presa de una intensa expectativa. Es que está empeñada la lucha decisiva para afirmar los valores éticos de la conciencia civil. En estos momentos álgidos un ideal integral trabaja la conciencia de los hombres, y cada toque de fuego de la revolución lo va perfilando en sus contornos majestuosos…


Originalidad


Llamamos original a aquel momento del decurso de la Historia en que una gran idea comienza a realizarse, en que un gran ideal choca con el mundo de la realidad y su resonancia lo dilata, y su mágica virtud comienza a transformarlo. Es lo nuevo que va elaborando al discurrir histórico y con lo cual se enriquece el espíritu de cada hombre; a su vez los hombres, mediante su participación en el proceso de la historia, ascienden, según la dirección de un ideal a la conciencia de la humanidad. En este sentido, y contrariamente a la clásica sentencia, pensamos que siempre habrá algo nuevo bajo el sol.

Nuestra época asiste a la originalidad de la creación rusa. Los ideólogos reformistas pretenden que el ensayo de Rusia no ofrece ninguna novedad, porque se trata de la aplicación de ideas y doctrinas ya conocidas y formuladas hace tiempo por pensadores y reformadores sociales. A los que así razonan, les interesa poco que las doctrinas y los ideales adquieran un contenido histórico, humanizándose en un perenne esfuerzo por realizarse, por lograr una aproximación real en el sentido de la perfección teórica que postulan; por el contrario, tales ideólogos parecen creer que los ideales deben permanecer en el plano de las concepciones abstractas. Si los rusos hubiesen forjado un nuevo ideal o una nueva doctrina económica sin intentar llevarlos a la práctica, seguramente los profesionales de la cultura occidental habrían rendido su “homenaje intelectual” a la originalidad de tales elucubraciones. Pero no, los rusos han osado heroicamente plasmar en la realidad un viejo y audaz ensueño de redención humana, y esto les parece poco original a aquellos ideólogos que, carentes de emoción histórica, se complacen en vanos doctrinarismos para retardar la hora de la justicia social.


El gran mito


Pero he aquí que Rusia ha hecho su revolución, ha articulado en palabra una voz milenaria, ha encarnado el verbo, iniciando una nueva etapa en la evolución de la humanidad. Realiza así una vasta experiencia humana, un nuevo ensayo de vida.

Rusia es algo más que una categoría geográfica o nacional; es el gran mito que ha fecundado el alma de los pueblos y la conciencia de cada hombre. Los que van a Rusia, como presuntos observadores imparciales, a ver si el mito está de acuerdo con la realidad, son aquellos en quienes aún no se ha encendido la visión espiritual de la Rusia que es encarnación viva de la utopía. Ésos se alejan de Rusia en vez de acercarse a ella; no se han sentido tocados por el mito fecundo. Va Bertrand Russell, el filósofo matemático, imbuido de las supercherías del liberalismo inglés, y no encuentra la Rusia que creyó encontrar. Como buen inglés y de acuerdo a un mezquino preconcepto hedonista, fue a ver si en Rusia reinaba, después de la revolución, el bienestar; y Rusia no es bienestar, sino tragedia y lucha heroica. Va también H. G. Wells, el novelista y socialista militante, y su visión utilitaria, igualmente mezquina que la de su compatriota el filósofo, mata ¡oh, ironía! su fe en lo fantástico; y descubre que la experiencia rusa no se aviene con el putrefacto dogma del evolucionismo en que se han anquilosado las democracias occidentales; que por no atenerse a las formas orgánicas que ha cristalizado el occidente, es una aventura condenable. Sí, Rusia no realiza el dogma del mecánico mister Spencer, sino que señala una discontinuidad en la historia. Rusia es una aventura, es la aventura de un grande y eterno ideal.

Van por fin a Rusia delegaciones del socialismo francés, italiano, alemán, español, inglés, etc., y con asombro descubren que en Rusia el sufragio universal, el parlamento y otros abalorios de la superstición democrática, han sido puestos en desuso; que en vez de estas divertidas quisicosas impera férrea y eficaz la dictadura de Lenin, del reformador inspirado, del místico del Kremlin, que extasiado en la visión de una Humanidad mejor, señala a los pueblos expoliados la ruta gloriosa.

Rusia no es aquello que quieren que sea los creyentes en esa civilización material que entra por los ojos. Rusia, por el contrario, es un mito creador de Historia; es el mito que ha fecundado la conciencia del mundo, esa conciencia que yacía sepultada bajo los escombros de valores inhumanos. Desde ella nos llega como una resonancia de leyenda la voz de sus profetas máximos: Dostoievsky, Tolstoi, Gorki, Lenin, Lunatcharsky —voz que dice el evangelio eterno del Hombre.

El mito ha surgido y desde la estepa llega reconfortante un aura humanista que rejuvenece la vieja vida.


La Plata, Mayo de 1921.



Cómo citar: Carlos Astrada, “El renacimiento del mito”. Publicado originalmente en Revista Cuasimodo, Buenos Aires, año II (2º época), n°20, 2º decena de junio de 1921. Disponible en: https://carlosastrada.org/

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