Nuestra esfinge, la esfinge del hombre argentino, es la pampa, la extensión ilimitada, con sus horizontes evanescentes, en fuga; la pampa que en diversas formas inarticuladas, que se refunden en una sola nota reiterada y obsesionante, nos está diciendo: ¡O descifras mi secreto o te devoro!
Los hombres están viviendo momentos difíciles y presagiosos. Los tiempos son de lucha y de riesgo, y un hálito de tragedia estremece la conciencia contemporánea. [...] Hemos escuchado a la duda para superarla. En cada hombre, consciente de su humanidad, asistimos a la integración del espíritu crítico por la fe en la acción.
La idea de la muerte propia entraña, para Rilke, la necesidad de oponer a la generalidad abstracta de la muerte, como algo trascendente y externo a la vida, la muerte individual. Es decir, que cada cual ha de tener una muerte de acuerdo con lo que se es o se hubiera llegado a ser.
(Homo curans heideggeriano y homo oeconomicus)
Lo dramático de la empresa y de la situación misma del hombre radican en que él no puede desandar el camino ya hecho, retrotraer la marcha a su punto de partida. La apatridad del hombre moderno se origina en la enajenación de sí mismo, en que ha venido a rematar y a través de la cual ambula como exilado.
Frente a la del Norte, Latinoamérica, que ha colocado la espontaneidad vital y lo humano por encima de la tecnización que mediatiza al hombre, se presenta, debido a sus circunstancias actuales, en apariencia, inerme. Pero no ha renunciado a la técnica y a sus instrumentaciones, como desean y todavía preconizan los quijotistas románticos del Espíritu, conformistas del vasallaje.
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